miércoles, 22 de abril de 2009

Y nos fuimos para la Garcia nomas







































































































Encuentro en la Isla Martin García 2009


Durante la Semana Santa se realizo el 4 Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía Isla Martin García 2009 y aprovechando la oportunidad los Pesteros nos subimos a los kayaks una vez más. Nos reunimos el miércoles a las 09:00 de la mañana en la rampa del Club Hispano, bajo un cielo ligeramente nublado pero con una agradable temperatura. Entre pito y flauta arrancamos a las 11:00 hs, los tres kayaks dobles, un triple y tres simples sumando un total de 13 kayakistas cruzamos el Lujan e ingresamos por el canal Gambado, portal de ese fantástico mundo llamado Delta.

Continuamos viaje por el Canal Rompani, arroyo Abra Vieja, rio Sarmiento y rio Capitán donde realizamos la parada de almuerzo en nuestro querido almacén Pehuén. Aquí se nos sumaron Pato y Norma alias “las rubias” en un kayak doble. Pasadas las dos reanudamos la marcha, en el rio Capitán reinaba la paz ya que al ser día de semana no había nada de transito, un verdadero placer. Al cabo de una hora cruzamos el majestuoso Paraná, ingresamos al arroyo Capitancito y doblamos en el Aguaje del Durazno hasta que alcanzamos la boca del Chana.
Con corriente a favor remamos un rato hasta que bajamos en la casa de siempre para descansar y por supuesto tomarnos los infaltables mates. Caía el sol y seguimos remando hasta que a las siete de la tarde y con el rio Mini totalmente espejado y siempre con esa tranquilidad que lo caracteriza arribamos al recreo Toledo. Después de un reparador baño nos juntamos en el salón comedor donde también se nos sumo Norberto kayakista que habia remado en solitario y mas tarde el Pela, junto a otro amigo remero. La cena, unos nutritivos platos de pastas, acompañadas de unos tintos, flan de postre, café y después a dormir.

El rio amaneció con un manto de neblina, el aire estaba fresco y los pájaros endulzaban el oído con su canto. Me prepare el primer capuccino de la mañana en mi jarrito de acero inoxidable y mas tarde desayune con el grupo otra vez. Preparamos todo y a las diez y media con un sol radiante comenzamos a navegar el Mini. Bajando con buena corriente llegamos a la desembocadura, viramos a la izquierda, bordeamos unos kms la costa y con unas olitas de popa cruzamos a la isla Oyarbide. Remontamos el canal Lancha Petrel y mas tarde cruzamos el Buenos Aires para bajarnos en la Timoteo Dominguez. En este pequeño paraíso nos quedamos tomando mate y disfrutando de su confortable y tibia arena.
Entre bogas y sábalos que saltaban cerca de los kayaks y observando a varios grupos de kayakistas que se dirigían hacia la isla arribamos a Martin García a las cinco de la tarde.
Aquí el trámite de siempre, subir los botes hasta la calle, luego al tractor, registrarse con prefectura y llevar todos los bártulos hasta el camping. Una vez acomodados disfrutamos de una buena ronda de mates. Por la noche, con el grupo completo y con los recién llegados Adrian, Esteban y Eloy nos deleitamos con la buena gastronomía del Comedor Solís, mas tarde algunos se fueron a dormir, mientras que otros aprovechamos la mágica luz de luna llena para hacer una breve caminata nocturna.
El viernes Santo amaneció esplendido y estuvo lleno de actividades., por la mañana después de desayunar salimos a recorrer la isla, caminando por sus senderos y pasando por sus lugares mas destacados.
Con la caminata se despertó el hambre y las chicas se quedaron en el Solís y los muchachos tiramos unos patys y unos choris a la parrilla. Después de quedar bien pipones , hubo partida de truco y siesta. Alrededor de las tres hubo clínica de rol y Karina sin ningún tipo de vergüenza se animo y se subió a un kayak donde le estuvieron enseñando la técnica para poder aprenderlo. Grande KARI!!!

Así se nos fue pasando el día y a la noche 216 kayakistas nos juntamos en el teatro, donde pasaron videos con fotos de los viajes realizados para llegar la isla, se hicieron los agradecimientos correspondientes, se homenajeo con un fuerte aplauso a Ariel Pasquini, se sortearon los artículos donados por las distintas empresas y se entregaron las remeras del encuentro, todo dentro de un marco de alegría y compañerismo. La noche culmino con una excelente cena en el Comedor Solís.El sábado emprendimos el regreso y a las once de la mañana nos despedimos de Martin García. Cruzamos nuevamente el Canal Buenos Aires, bordeamos la Oyarbide, cruzamos los Pozos del Barca, entramos al Mini y nos adentramos al arroyo Diablo donde bajo la sombra de los sauces efectuamos la parada de almuerzo.

Luego del merecido descanso seguimos bajando por el solitario arroyo Diablo hasta que llegamos a su desembocadura en el Rio de la Plata. Aquí la naturaleza nos brindo un hermoso espectáculo, el rio estaba totalmente quieto y espejado y la ciudad de Buenos Aires que de fondo se dejaba observar. También nos sorprendieron tres pequeños hidroaviones que pasaron a ras del agua y muy cerca de nosotros haciéndonos pegar flor de susto. Así alcanzamos Punta Moran, los palos, el canal del Sueco y cruzamos el Paraná con una bellísima puesta de sol. A las siete de la tarde y ya entrada la nochecita desembarcamos en el Fondeadero.Que les puedo decir de este lugar, cenamos los mas exquisitos ñoquis caseros con estofado que hacen en el delta, flancito de postre, cafecito y con el sueño presente a la carpa directo.

El domingo de Pascua después de desayunar y de comernos algunos huevitos de chocolate, estibamos los kayaks y partimos hacia Tigre. Con el sol brillando sobre nuestras cabezas remamos por el canal Onda, el Urion, Vinculación, arroyo Gutiérrez, Abra Vieja, el arroyo de atajo, remontamos el Lujan y a las tres y media de la tarde finalizamos en la rampa del Club Hispano. Felices de haber compartido esta maravillosa travesía, donde todo fue una fiesta y donde se compartieron risas y sobre todo la camaradería y amistad nos despedimos hasta el próximo año. Ah me olvidaba, Felicitaciones y un abrazo grande para todos los Pesteros que debutaron en esta travesía.

Lucas Sosa














viernes, 3 de abril de 2009

La tarde, la noche y la luna


Estamos en la mejor hora, esa en la que ya nos encontramos sentados en el muelle con el mate calentito que pasa de mano en mano. La charla es amena, cordial y siempre con picardía. Las aguas del rio lentamente se van aquietando, hasta que solo se oye su suave golpeteo sobre los maderos. Una garza blanca sobrevuela nuestras cabezas y con elegancia y finura se posa en la playa continua. Se escuchan el cantar de las aves y entre ellas el del benteveo, que según cuenta la leyenda son los quejidos de un desalmado niño aborigen que por no querer cuidar a su abuelo, este lo maldijo y lo transformo para siempre en ave. Va cayendo la tarde para dar paso a su amiga la noche y hacia el oeste, entre montañas de nubes que anuncian tormenta, el sol se despide de nosotros.
Dejamos el muelle y sobre el terreno se distinguen destellos incandescentes, es el fuego que lentamente arde para que se cocinen las pizzas. La luna esta oculta, pues en el cielo ya esta la tormenta. Parece amenazante, primero los rayos que iluminan el firmamento y luego los truenos que hacen temblar la tierra. Enseguida cae la lluvia pero ni siquiera la sentimos ya que estamos bajo techo disfrutando de las riquísimas pizzas. Para de llover y como por arte de magia el viento comienza a soplar, nos esta barriendo las nubes y la lunita, contenta y brillante como un diamante se asoma otra vez.
La noche esta fresca, ventosa, estrellada pero con buena iluminación. No perdemos tiempo, encendemos los destelladores y nos ponemos a remar. Se ve a la perfección, la luz se refleja en el rio y brilla como la plata. El viento se lleva las gotas de agua y nos pegan en la cara. El sonido de los remos entrando y saliendo del agua relajan el oído, las figuras se confunden y por instantes detenemos la marcha para solo oír el silencio.
Son tantas las sensaciones vividas que no alcanzan las palabras para expresarlas. Vamos pegando la vuelta y la corriente a favor nos lleva a buena velocidad. Las luces de las casas parecen luciérnagas y nuestras linternas frontales estrellas. A lo lejos, como un sin fin de flashes se ven los relámpagos de la tormenta que ya se retiro. Ya estamos de vuelta y abandonamos los kayaks para irnos a dormir. Arriba como un centinela, queda la lunita, iluminándolo todo con su bondadosa y mágica luz.

Lucas Sosa

Vacaciones en el Delta

Esta travesía comenzó con el festejo de cumpleaños de nuestro querido amigo Daniel Botet, el cual se realizo en el recreo almacén Pehuen y donde no falto el buen vino y un exquisito asado echo por los organizadores del cumple. El domingo a las siete de la tarde, luego de un largo de día de comilona, junto a Adrian, el cual debutaba por primera vez en travesía, pusimos rumbo al Paraná Mini. Remontamos el rio Capitán a paso cansino y a los cuarenta minutos de paleo ya teníamos en vista el Paraná de las Palmas.
Cruzamos el ancho rio sin inconvenientes y nos adentramos en el Arroyo Capitancito, para luego bajar por el aguaje del Durazno. La tranquilidad reinante era relajadora, las aves piaban despidiendo el día, las aguas espejadas reflejaban nuestros cuerpos y el sol lentamente se oculto en el horizonte. Así tomamos por el arroyo Chana donde la primera parada que hicimos fue para conseguir algo de miel. El muy buen amigo Edgardo, productor apícola, nos regalo un frasco entero de miel absolutamente pura, les puedo asegurar que una delicia para el paladar. Fue cayendo la noche y con ella apareció una creciente luna y un bellísimo manto de estrellas que nos vigilaban desde el cielo. En la misma casita de siempre hicimos la segunda parada, aquí nos sentamos en el muelle, descansamos y nos tomamos unos mates calentitos.
Para nuestra suerte el Chana empezó a crecer, así que no perdimos el tiempo y nos pusimos a remar. Con poco esfuerzo alcanzamos el Paraná Mini y las once y media de la noche bajamos en el recreo Toledo.
Aquí en el Mini teníamos que esperar a Eloy, que recién se nos sumo el martes por la noche. El lunes después de descansar plácidamente, nos levantamos y nos sentamos a desayunar con la vista al rio. María Esther nos deleito con un buen café con leche, acompañado de pan casero, dulce y manteca. Como teníamos dos días de espera le propuse Adrian ocupar la jornada en una excursión de pesca. Enseguida preparamos los bártulos, nos llevamos unos sándwiches, subimos a los kayaks y remontamos el arroyo Tuyupare unos 2 kms pasando el Canal Nº 3. Allí bajamos sobre un terreno donde había un rancho abandonado. El sitio era sin duda alguna una vieja plantación de álamos, a la orilla del rio descansaba sobre una larga vía una zorra para transportar los troncos cortados. Después de almorzar, arme la caña y mientras mi amigo dormía la siesta, me dedique a la pesca. El pique fue constante y con buenos resultados ya que al instante de arrojar la línea me lleve la primera boga. No era el único que pescaba, también lo hacia un ágil Martin Pescador. Estuvimos toda la tarde gozando de la paz, el sol, la sombra, el aire puro, los mates y la excelente pesca. Cuando empezaron a molestar los mosquitos levantamos campamento y volvimos a Toledo.
El miércoles con Eloy ya sumado al nosotros y después de dos días de ocio estábamos listos para continuar viaje. El plan era llegar al Paraná Guazu por la tarde, descansar y al día siguiente bajar por este hasta llegar a la uruguaya isla Timoteo Domínguez. A las diez de la mañana y con un sol radiante nos pusimos a remar, tomamos nuevamente el arroyo Tuyupare hasta que dejamos este para ingresar al Canal Nº3. Adrian no dejaba de deslumbrarse por la belleza del lugar.

Al cabo de unos minutos ingresamos al arroyo Largo, donde las plantaciones de álamos y pinos forman frondosos bosques. Sobre las orillas ranchos y casas abandonadas de aspecto fantasmal dejaban mostrar el paso de los años y el olvido.
Eran casi las dos de la tarde y el calor ya se hacia sentir, entonces sin dudarlo hicimos una pausa para refrescarnos en el agua y desde arriba de un muelle empezamos con los bombazos. Reanudamos la marcha hasta que cruzamos el apacible rio Barca Grande y bajamos sobre el viejo rancho abandonado del arroyo Naranjo, ese que en una travesía invierno nos cobijo de la lluvia. Pero aquí no duramos mucho, luego de comernos los sándwiches que teníamos de vianda, las avispas dueñas de casa empezaron a zumbar para demostrarnos quien mandaba. Recorrimos diez kms más por las límpidas aguas del arroyo Naranjo hasta que desembocamos en el Parama Guazu, el cual limita el delta entrerriano con el bonaerense. Aquí nos encontramos a 70 kms del Puerto de Tigre.
Con el sol todavía bien en alto bajamos en el recreo Don Mario. Aquí nos acomodamos y nos dirigimos al muelle donde comenzamos con otro show de saltos ornamentales. Ya refrescados Adri se preparo unos ricos mates y yo probé suerte con la caña. El atardecer estuvo repleto de armonía, el gran rio estaba manso, el cielo despejado y el sol tiño todo de naranja.
Por la noche dentro del quincho y acompañados de los sonidos nocturnos, cenamos pollo al horno con papas al natural. Bien pipones hicimos la sobremesa hasta que nos fuimos a acostar y conciliamos sueño iluminados por la blanquecina luz de luna, que la pequeña ventana dio permiso para entrar.
El día posterior amaneció despejado pero duro poco, ya que el viento que soplaba capoto todo el cielo. El guardacosta de la Prefectura estaba amarrado en el muelle cuando me acerque y les pregunte a los oficiales sobre el clima y me dijeron que había alerta meteorológico. Sin dar vueltas decidimos suspender la remada hacia la Isla Timoteo Domínguez. La lluvia no tardo mucho en llegar y nos entretuvimos asando unos chorizos a la parrilla, durmiendo la siesta, tirándonos unos chapuzones al rio y tomando mate. Por suerte a la tarde paro de llover y nos dio un respiro, el atardecer fue totalmente diferente al del día anterior, el cielo estaba manchado por las nubes y el sol se escondió tímido en el horizonte. Nuestra última noche en este lejano paraje nos la pasamos en el muelle disfrutando de la luna llena que pintaba de color plata las aguas del mágico Paraná.

El cantar de los gallos anuncio el alba. Con pereza abandonamos la confortable habitación y nos dirigimos al quincho donde preparamos el nutritivo desayuno. Afuera las gallinas caminaban buscando su alimento y el aroma a pasto mojado perfumaba el aire. No tardamos demasiado en estibar los bártulos y a media mañana ya estábamos bajando por el arroyo Naranjo. Este curso de agua es sumamente pintoresco, ceibos, sauces, pinos , arbustos y otras especies crecen por doquier. Los camalotes y lentejas de rio viajaban desplazados por la corriente. Es un sitio maravilloso donde las Pavas de Monte, las garzas y los Martin Pescador conviven en armonía.
El color negro del agua de un diminuto arroyo hizo detener nuestra marcha, se trataba del arroyo El Negro, el cual se caracteriza por sus aguas oscuras y transparentes. Esto se debe que al haber tan poca correntada el barro se va hacia el fondo permitiendo así que el agua quede libre de sedimentos.
Al mediodía nuevamente cruzamos el Barca Grande e ingresamos al Canal Gobernador Arana y aquí hago una pausa para contarles una pequeña anécdota. En pleno invierno de 2007 retornando de Carmelo, con Pablo, otro kayakista amigo nos sorprendió la noche y al cruzar el Barca y por error de percepción tomamos por dicho Canal y terminamos desembocando en el Parana Mini pero a 6 kms arriba del recreo Motonáutico. Fue un verdadero garronazo ya que hacia 9 horas que veníamos remando y no aguantábamos mas. Pero bueno esta vez remamos por el, con 30º de calor y de día. El Arana es una larga recta y fue abierto para que transiten las chatas, cruceros y veleros.
El estomago empezó a llamar y paramos almorzar sobre el muelle de una bonita casa. Aquí bajo la sombra de los arboles nos tiramos a descansar y con la vista hacia arriba las hojas mecidas por el viento no parábamos de observar. Otra vez nos pusimos a remar y enseguida desembocamos en el Mini donde la correntada nos llevo a buen ritmo. Dos paradas hicimos en este gran rio y las dos fueron para matear. Primero en una casa y luego en otra pero que tenia una playa tan pero tan deliciosa que costaba irse de allí.
Sin ningún tipo de apuros y palada tras palada arribamos otra vez a Toledo. Compramos unas facturas, mate otra vez, chapuzones y desde el viejo muelle vimos otro apacible atardecer. Por la noche cenamos exquisitas pastas con postre de helado, luego el cansancio se hizo presente y nos retiramos a dormir.
Lentamente arranco un nuevo día, el rio estaba crecido y de un marrón más marrón del normal. El inconfundible aroma a café nos llamo a desayunar y lo hicimos en la galería observando la quietud del espejado Mini. Preparamos todo y nos despedimos de María Esther, cruzamos el Mini y nos metimos en el Chana para emprender el regreso a casa.
El arroyo como de costumbre lo teníamos con corriente en contra. El rio como digo yo todos los días es distinto. Estaba alto, manso y lleno de vida. Con un buen día saludábamos a las personas que en sus respectivos muelles ya estaban con el mate en mano. Otros, recién despiertos, se desperezaban al sol.Con este bello panorama llegamos al Aguaje del Durazno, paramos a tomar mate y luego continuamos viaje por el Capitancito, cruzamos el Paraná de las Palmas e ingresamos al rio Capitán. Esta vez con la corriente a favor llegamos hasta Pehuén y allí despedimos a Eloy que se quedo con el Ruso y Iron. Con Adrian seguimos bajando, tomamos el rio San Antonio y a las tres de la tarde desembarcamos en el parador La Escondida donde nos esperaba Alfredo con más kayakeros amigos. Aquí almorzamos y compartimos con todos ellos las aventuras vividas durante la semana que duraron nuestras vacaciones en el Delta del Paraná.

Lucas Sosa

Regalo del Cielo

Ese día no me voy a olvidar jamás y creo que ustedes tampoco. Fue un sábado como cualquier sábado, nos juntamos en la rampa, mateamos, preparamos los botes y salimos a remar. El camino de ese día fue la vuelta del Carapachay, la cual ya todos ustedes conocen.
Estaba caluroso y el aire pesado y húmedo. Íbamos remando y no parábamos de mojarnos para aliviar un poco el calor. Así, después de dos horitas llegamos a Pehuén. Allí nos acomodamos bajo la sombra de unos arboles, pedimos una picadita, cervezas heladas y unas gaseosas.
Luego nos sirvieron las exquisitas pizzas, las cuales siempre esperamos con ansiedad. Con la panza llena llego la hora de sestear, otro de los placeres de pasar un día a la orilla del rio.
Me acuerdo que el cielo se empezó a encapotar, venia una tormenta y nos estaba muy lejana de nosotros. Sin hacernos demasiado problema tomamos los infaltables mates de cada tarde.
Llego la hora de partir y mientras alistábamos todo para regresar empezamos con los chistes referentes a la tormenta que se avecinaba. Era mas que seguro que nos agarraba a mitad de camino.
Dicho y hecho. Al rato de haber comenzado a remar se largo un diluvio increíble. La lluvia caía con fuerza, picaba la piel, nos empapo en segundos.
Cada baldazo que nos daba en el cuerpo nos arranco una sonrisa Por momentos solo se veía un manto blanco. Solo era lluvia, agua que caía del cielo, nada mas que lluvia.
Ese regalo del cielo no duro mucho tiempo pero fue el suficiente para que todos seamos felices, felicidad que quedo reflejada en el rostro, en el corazón y el alma de cada uno de nosotros
La lluvia de ese sábado nos hizo reír como niños y ahí me di cuenta que ser feliz en la vida a veces es muy simple.

Lucas Sosa

El arroyo Correa

El otro día reme por el arroyo Correa y lo hice en solitario. El Correa es uno de los arroyos más bonitos de los miles que existen en el Delta del Paraná. Nace en el arroyo Pajarito y serpentea algunos kilómetros hasta que desemboca en el rio San Antonio.
La segunda vez que reme en mi vida fue la primera vez que pase por el y quede realmente fascinado. Después lo navegue muchas veces, pero el otro día estaba particularmente especial. Sera por que hacia un tiempo que no pasaba por el? o por que es primavera y todo esta lleno de vida?
Lo cierto es que voy remando, observando detalladamente mí alrededor. Por mi izquierda una vieja embarcación se halla amarrada a un muelle. Parece que en algún tiempo, no muy lejano fue una lancha de pasajeros. Adentro todavía quedan los asientos, que se dejan ver a través de las lonas que están todas manchadas y maltrechas por el paso de los años. En su parte superior hay un nombre que la identifica, dice Chana.
Varias casas se levantan sobre las orillas y sus habitantes están presentes, son isleños. Entre ellos veo a una mujer embarazada que esta asomada en el deck observándome pasar. Avanzo y la proa del kayak corta las quietas aguas. Los camalotes forman balsas de color verde que se desplazan con suavidad. Miles de flores pintan de blanco el monte del albardón, parece nevado y su dulce perfume me acompaña durante todo el recorrido. El arroyo se va angostando cada vez más. Cuando llego a la primera curva detengo mi marcha para doblar. De orilla a orilla apenas hay dos metros de ancho. Estoy rodeado de una exuberante y rica vegetación.
Otra curva detiene mi andar y aprovecho la ocasión para disfrutar del encanto del lugar. El nivel de agua esta justo, pues este arroyo con poco caudal es difícil de atravesar. Me encuentro con otra casa isleña, muy humilde puedo decir. Esta construida de madera y veo que le falta las ventanas, enseguida pienso en el invierno. Sobre su rustico muelle dos chiquitos, semidesnudos, me saludan al pasar y retribuyo su saludo con humildad.
Los arboles van formando una galería y los rayos de sol penetran con debilidad. La sombra es fresca y la humedad abundante. Los lirios con sus flores amarillas asoman por detrás de la enmarañada selva. Los zorzales, asustadizos vuelan de rama en rama.
Cuatro perros custodian su terreno y enseguida se largan a ladrar. Son marrones y negros. Uno de ellos comienza una alocada carrera persiguiendo mi andar, corre por el fango, se patina, salta, ladra hasta que se cansa y lo pierdo de vista.
Oigo chasquidos, son dos bellos Martin Pescador que vuelan como flechas delante de mí. Van al ras del agua a toda velocidad. Soy un afortunado, por que dos juntos no se ven todos los días.
Una hilera de álamos, que mecidos por el viento parecen cantar, me anuncian que estoy cerca del final. Definitivamente es así por que ya veo los juncos y el rio San Antonio. Entonces el paraíso queda atrás, la magia se acaba, el perfume se apaga y el Correa simplemente, me dice adiós.

Lucas Sosa

UN VIAJE BIEN PESTERO

Que lindos recuerdos nos quedaran de esta inolvidable travesía. Veintitrés pesteros, algunos de ellos debutantes, tuvimos el gustazo de compartir tres días de remo, esfuerzo, risas, buena onda, camaradería y amistad. En un sitio único como lo es el Delta del Paraná y rodeados de un entorno maravilloso, recorrimos poco mas de 70 kms, disfrutando de la naturaleza y de sus caprichos. No falto nada, sol a pleno, lluvia, viento y hasta una brillante y blanquecina nueva luna que con su magia puso el broche de oro a este fantástico viaje. Dejo aquí plasmado, en este relato, los excelentes momentos vividos con la grata y afectuosa compañía de todos ustedes.

El sábado amanece esplendido, el fresco aire matinal invita a respirar profundo para comenzar a disfrutar del día. El sol, bien en alto, anuncia una jornada de calor y empieza el movimiento. Gente trotando por la costanera, isleños amarrando sus canoas y las primeras colectivas que parten hacia las entrañas del delta. En la rampa, descansan vacios y esperando a sus tripulantes, kayaks triples, dobles y simples. Su variada gama de colores forman una especie de arcoíris. Hay una travesía de tres días, destino Escobar.
Van cayendo los integrantes con sus mochilas cargadas al hombro y sus rostros, llenos de alegría, delatan el entusiasmo de aventura. Nos vamos acomodando, se entregan chalecos, cubres, ya casi estamos listos. Una hora antes del mediodía una flota compuesta por trece kayaks empieza a navegar las aguas del Lujan. Remamos rio arriba, luchando con la corriente en contra y peleando contra las olas que rebotan por todos lados. El imponente edificio de estilo renacentista, el cual fuera antiguamente el Tigre Club y en la actualidad el museo de Bellas Artes, capta la atención y las miradas de más de uno de nosotros. Pasamos la entrada del rio Carapachay y la zona de astilleros, donde se observan las embarcaciones que están siendo reparadas.
El calor se siente, el sol del mediodía es agobiante, nos vamos mojando para refrescarnos. Cada tanto nos reagrupamos, charlamos y comemos barritas de cereales para engañar el estomago. Continuamos remando, dejamos atrás el complejo Marinas Golf, la entrada del rio Caraguata, el camping del Automóvil Club Argentino, donde se observa gran cantidad de gente disfrutando del día. Algunos ya comienzan a preguntar cuanto falta y se escucha media horita, media horita.
Al cabo de un rato ingresamos al Canal Villanueva, situado este en Villa La Ñata una linda zona de casas de fin de semana. Estamos exhaustos y la parada es de descanso, almuerzo y siesta. Cada palista saca su vianda personal donde no faltan los sándwiches de fiambre, empanadas y frutas. Algunos se echan a dormir debajo de la sombra de los naranjos, que con sus azares inundan el aire de delicioso aroma.

El cielo esta encapotado, parece que va a llover. Luego del pequeño recreo nos aprontamos para partir. Estamos bajando los kayaks por la rampa y veo que viene una gran tormenta, decidimos salir igual. Una vez en el agua no hay marcha atrás, el viento comienza a soplar, se levanta tierra. Montón de lanchas y cruceros están pegando la vuelta para huir de la borrasca, mientras nosotros en las pequeñas embarcaciones remamos con valentía.
El viento y la tormenta son puro espamento nomas. Solo una suave y refrescante lluvia nos acompaña en la remada. El Lujan esta manso mas que nunca, cambia su fisonomía increíblemente, se torna agreste. Los trece kayaks navegan a buen ritmo y con su paso junto a las gotas de lluvia, irrumpen la quietud del agua. Desde una orilla una garza mora alza vuelo al escucharnos pasar. Nuevamente sale el sol y nos da la esperanza de que la tarde va a mejorar, pero no es así, por que otra vez se vuelve a nublar.
Viramos a la derecha y enganchamos el arroyo Correntino. Sobre sus márgenes vemos pescadores que intentan suerte con la pesca. Uno de ellos atrapa un pez pero el muy escurridizo se logra escapar.
Esta tronando, el cielo parece quejarse. Cae lluvia nuevamente, solo se escucha el sonido de los remos y de las aves, esta atardeciendo en la isla. Estamos cansados y queremos llegar, de repente una curva nos muestra el Paraná. Se nos renuevan las energías, llueve con más fuerza, pero no nos importa por que estamos en el Paraná.
Remontamos el rio esquivando las líneas de pesca que salen desde los muelles y con la última claridad del día arribamos al Club de Remo y Náutica Belén de Escobar.
Están todos contentísimos, sobre todos los que están debutando en travesía, entre ellos se encuentran, Carla, Vicky, Renzo, Martin y Ezequiel, periodista de Clarín que nos acompaña para cubrir el viaje en una nota.
Allí nos esperan Hernán y Naty, los cuales vinieron por tierra trayendo las carpas, aislantes, bolsas de dormir y demás bártulos. Otra alegría nos da Gaby cuando llega desde Buenos Aires para pasar la noche con nosotros. Tanto esfuerzo realizado valió la pena, una vez que todos estamos bañados y acomodados, comienzan a cortarse los salamines, los panes, los quesos y se destapan los tintos. Acompañando este lindo ritual, se enciende el fuego para el esperado asado. Rubén y Daniel son los parrilleros, que carne, que asado que estamos comiendo, un lujo total. Adentro del quincho es una fiesta y el clima de camaradería y amistad nos hace olvidar que afuera llueve a cantaros. La estamos pasando bárbaro pero el cansancio de un largo día se hace presente. Poco a poco los remeros se ven despidiendo, y me incluyo yo. Son las doce de la noche, saludo y digo hasta mañana, salgo del quincho y camino bajo el agua que cae de manera interminable. Ingreso en mi carpa y me acomodo dentro de la bolsa, creo que lo último que escucho es la lluvia, me relajo y empiezo a soñar.


Llueve y no para de llover, recién me estoy despertando y oigo como el agua y el viento pegan en mi carpa. Parece que el día no nos va a acompañar. Salgo afuera y salteando montones de charcos me dirijo hacia el quincho, donde algunos pesteros ya se encuentran mateando. Saludo con un buen día y mis saludos son retribuidos con alegría. Va cayendo el resto, con unas terribles caras de dormidos. Me preparo mi infaltable capuccino y después comparto la ronda de mates. Continua cayendo agua, el cielo triste no para de llorar.
Bajo la lluvia comenzamos a levantar campamento y como hormigas vamos y venimos con la carga encima. En el galpón del club están dictando clases de kayak, se ve un grupito grande que presta atención al instructor. Mientras estibamos los botes, el tiempo parece mejorar, la lluvia cesa y todos nos ponemos locos de felicidad.
Subimos a los kayaks y empezamos a navegar por el Paraná, el cual se encuentra recibiendo los vientos del Sudeste. Enseguida pasamos por al lado de enormes buques, pesqueros de altura, algunos teñidos por la herrumbre, en proceso de desguace y otros inclinados como gigantes caídos. Parece ser este su lugar de descanso final.
Observamos el cielo y no lo podemos creer, se esta despejando y salió el sol. La correntada nos lleva lentamente y remamos a buen ritmo.
Botes de club empiezan a pasar, son los participantes de la regata Zarate- Tigre que reman sin parar enfrentando el viento igual que nosotros. Luego de una horita de marcha ingresamos al Canal de la Serna, allí en el recreo la Navarra nos espera Romina. Se suma una nueva tripulante al grupo. El día se puso tan pero tan bonito que decidimos bajar a almorzar y lo hacemos en el almacén de ramos generales Brocchia.
Desembarcamos en la playa y el sol esta pegando fuerte. Hacemos una compra general donde no falta el fiambre, el pan, unas cervezas frescas y hasta helado. Algunos se echan a dormir, por ahí lo veo a Juan que esta tomando fotografías y yo me pongo a hacer clínica de rol.
Son casi las cuatro de la tarde y partimos otra vez, cruzamos el Canal de la Serna para adentrarnos en el arroyo Durazno. El movimiento de los remos y los colores de los chalecos son inconfundibles. Los debutantes están asombrados por la belleza del lugar, la tranquilidad, los aromas, las casitas, no paran de maravillarse. Pasamos por el terreno abandonado donde una vez junto a Eloy, Guiyo y Pablo armamos campamento, me trae lindos recuerdos.
Nos divertimos y nos reímos contando chistes desde arriba de los botes y por momentos olvidamos que estamos remando. Cruzamos otro arroyo, es el Paicaraby y otra vez estamos en el Durazno. Pero aquí es todo diferente, estamos rodeados de vida, de frondosidad, de paz. Un pequeñito Martin Pescador pasa volando a toda velocidad, en el agua los camalotes flotan por todos lados y los sauces con sus verdes ramas tocan el agua como si quisieran beber.
Llegamos al Capitancito y su larga recta nos lleva hacia el Paraná. El sol se esta poniendo, es el mejor momento del día. El viento arrecia sobre nosotros y forma algunos corderitos. Con ímpetu nos largamos a cruzar, remamos con todas las fuerzas, estamos en medio del rio. Las olas rompen sobre cubierta haciendo que Vicky con cada golpe se empape entera. El sol es como una bola de fuego y Ezequiel no quita la mirada ni un instante. Es un crepúsculo perfecto y causa una sensación extraña, felicidad, anhelo, regocijo, los pensamientos se pierden y solo se disfruta del momento.
El oleaje queda atrás, por la izquierda dejamos la isla Nueva e ingresamos al Canal Onda. Ahora remamos bajo la magia de la luna llena que como un broche plateado que brilla en el cielo nos ilumina el camino. Tocamos tierra y desembarcamos en el Fondeadero. Aquí nos esta esperando el chino y Luis, dos amigos pesteros
Se reparten las habitaciones, uno allá, el otro acá y ustedes para allá. Luego de una renovadora ducha nos dirigimos hacia el viejo comedor. La mesa es larga y no tardan en llegar los suculentos platos de ñoquis y tallarines con estofado. Los vinos en la mesa dicen presente y los postres y el café no pueden faltar.
Son las doce de la noche y estoy cumpliendo un año más. Aparece Alfredo y compañía con tortas en las manos. No me queda otra opción que soplar la velita. De paso también festejamos el cumple de Moni, libriana que había cumplido un par de días antes que yo.
Luego de los festejos nos dirigimos hacia el muelle, charlamos un rato y mientras la luna brilla en el firmamento nos retiramos a descansar.
Es el último día de esta fabulosa aventura. El cielo esta nublado y el sudeste continúa soplando. De desayuno café con leche y tostadas con manteca y dulce de leche. Tranquilamente nos vamos preparando para regresar y con pereza vamos guardando todo dentro de los kayaks. Llego la hora de partir, cruzamos el canal Onda y nos adentramos en el sinuoso arroyo Arroyon, donde el monte nos protege del viento que parece no tiene ganas de parar. Avanzamos a buen ritmo y en menos de una hora entramos al arroyo Dorado. Esquivando las embarcaciones que se encuentran fondeadas salimos del Dorado e ingresamos al rio San Antonio.
Aquí el viento nos da de popa y vamos barrenando olas. El rio esta sumamente tranquilo, pues casi no hay transito fluvial. Avanzamos por el Sarmiento a paso cansino y en el cuerpo ya sentimos el cansancio de tres días de travesía. Nos falta muy poco para llegar y surcamos los últimos arroyos hasta que entramos en la recta final. Es el gambado, ese canal que ya todos conocemos, que a veces cuando estamos cansados parece interminable. Llegamos a la rampa, nos despedimos y los kayaks quedan vacios otra vez.

Lucas Sosa

miércoles, 1 de abril de 2009

PRIMAVERA EN EL PARANA

Mediodía, el sol resplandeciente de un sábado primaveral brilla en las aguas del rio Lujan. Retiro mi kayak del galpón, lo subo a la zorra y lo llevo hacia la rampa. La agradable temperatura invita a remar bien liviano de ropa, mejor diría, con el torso al aire. Me pongo el cubre, el chaleco y ya toy listo para remar. Deslizo el bote hacia el agua, dejo pasar una ola y me embarco para comenzar a disfrutar. En unos segundos cruzo el movido Lujan e ingreso al canal Gambado, portal de ese mundo fantástico llamado Delta.
Avanzo con ganas, por mi lado derecho paso los veleros amarrados y por mi izquierda el astillero del Sailing Club, donde observo las viejas embarcaciones que esperan su reparación.
La historia se repite como todos los findes y me cruzo con los botes de club, los kayakistas conocidos, las lanchas taxis y las mismas casitas de siempre.
Salgo al Sarmiento el cual se encuentra bajando debido al viento norte que esta soplando. Los catamaranes y las colectivas navegan por el, algunos paseando turistas y otras repartiendo a sus pasajeros por los muelles de las islas. Llego a Cabo Blanco, parada obligada para almorzar. Botes y kayaks ya ocupan su amplia playa. Que lindo panorama, familias y amigos compartiendo una tarde de puro sol, unos durmiendo y otros jugando al vóley.
Luego de comer un exquisito sándwich de pollo, de tomar sol, de charlar con un colega kayakista y de unas excelentes surfeadas de lanchas colectivas, me apronto para poner rumbo hacia el Paraná. Allí, en el parador Los Pinos, me encontraría con mi querido amigo Guiyo y un divertidisimo grupo de remeros de bote del Club La Marina y Hacoaj.
A las cuatro de la tarde abandono Cabo y comienzo a remar nuevamente. Hago un par de kms por el Sarmiento, donde saludo a Adriana y Sandra que venían remando, hasta que tomo por el arroyo Espera, camino elegido para salir al Paraná. Voy tranquilo, paleando pausadamente, y el sol me pega en el rostro de manera formidable. A medida que me adentro por este pintoresco arroyo el bullicio se va silenciando. El paisaje va cambiando, se torna más agradable y colorido. Curvas y contra curvas me muestran todo tipo de colores, amarillos, blancos, violetas, verdes, y los que mas me llama la atención es el rosa vivo de las azaleas que crecen por doquier.
Casitas de fin de semana se mezclan con ranchitos de isleños, algunas grandes, otras chiquitas. Algunas viejas y abandonadas y otras nuevas como recién pintadas en un cuadro. Opto por las sencillas. Algunas lanchas pasan por mi lado interrumpiendo la quietud del agua. Cada dos por tres decido parar, solo para escuchar el sonido de las aves que con su canto endulzan el oído.
El aire trae consigo ráfagas de perfume, respiro hondo y lleno mis pulmones de aire puro. Sin dudas que la primavera es la mejor estación para remar. El largo Espera se transforma en el Cruz Colorada donde los verdes sauces se reflejan en las espejadas aguas. El sol se va escondiendo y apuro el paso para verlo caer.
Llego a la última curva y de pronto se abre un paisaje majestuoso. Estoy en el Paraná y exploto de felicidad. Me quedo unos instantes para ver su grandeza y empiezo a cruzar. Lo hago en el mejor momento, justo cuando el sol se esta poniendo. Vuelvo la cabeza varias veces hacia atrás, para observar como el anaranjado y redondo sol se esconde lentamente sobre el horizonte.
Me vuelvo a concentrar en el cruce, lo hago con tranquilidad y apunto hacia el recreo que ya lo tengo en vista.
El rio esta manso me transmite paz. Hay un leve viento y alguna que otra ola mece la embarcación. La corriente me va llevando a mi destino, comienzo a divisar gente, era el grupo que se movía por el lugar, entre ellos Guiyo que ya me había divisado. Le grito de lejos y recibo su respuesta. Luego de tres horas de remo en solitario, toco tierra.
Guiyo me recibe con alegría, me bajo y empiezo a saludar a uno por uno. Ellos eran Ana, Stella, Laura, Jimena, May, Florencia, Adrian, Javier, Daniel todos pertenecientes a la Marina y Ernesto (BUZO) del Hacoaj, ha!! como me puedo olvidar de los amigos caninos Simba y Braulio.

La última claridad dio paso al anochecer, el Paraná se fue calmando y solo escuchábamos el leve sonido de las olitas que pegaban en la orilla. Enormes y silenciosos buques remontaban sus aguas, no parábamos de asombrarnos cada vez que pasaba uno. Aparecieron las primeras estrellas y también las luciérnagas que por momentos nos confundían pensando que eran estrellas fugaces.
Juntamos las mesas y se armo la previa del asado, se cortaron unos salamines, panes, quesos y se destaparon unas cervezas heladas, entre charla y anécdotas levantamos las copas y brindamos por el buen momento que estábamos pasando. Algunos empezaron a abrigarse por que ya comenzaba a refrescar, otros enfilaron hacia las duchas, los que se encargaban de cocinar encendieron el fuego, algunos se tiraron en la playita y otros conversaron sin parar. Simba y Braulio jugaban al trencito loco con los perros del lugar.
Al fin llego la hora de cenar, el asado ya estaba listo. Se repartieron chorizos, morcillas, vacios estaba espectacular. Un aplauso para el asador. Obviamente que no faltaron los tintos que sumados a un whisky Chivas Regal no tardaron mucho en hacer efecto sobre algunos comensales. Más de un bocado fue robado por los simpáticos Simba y Braulio que después de tanta actividad se les habría abierto el apetito.
El postre un exquisito y explosivo Habanett echo por Jime. Luego toco el turno del rincón literario donde Laura, Daniel y Adrian, habano en mano, nos narraron un par de historias. Mmm que fiaca, que sueño, no doy mas se empezó a escuchar, hasta que uno canto la hora. Eran la una de la mañana, hora de ir a descansar. Nos fuimos dirigiendo a las habitaciones, las cuales cuentan con baño privado y cómodas camas. Se durmió muy bien, placenteramente y bajo el sonido de las gotas de lluvia que mas tarde empezaron a caer.
El cantar de los gallos anuncia la primera claridad y comienza a amanecer en el Paraná. Da mucha pero mucha fiaca abandonar la cama, el día parece estar nublado, me asomo por la ventana y el cielo de un gris plomizo me confirma que es así.
Comparto el desayuno acompañado por Florencia y Ernesto, charlando de diversos temas. Carmencita, dueña del lugar, nos deleita con café con leche y con tostadas con manteca, dulce de leche y mermelada. Desayunamos como duques. Nos dirigimos hacia fuera donde algunos remeros ya se encontraban mateando. Como moscas fue cayendo el resto y se fue formando una linda ronda de mates, donde no faltaron las caras de recién despiertos. Con suma calma y bajo un cielo cada vez mas encapotado, nos fuimos preparando para partir, cada uno fue acomodando sus pertenencias y sus botes hasta que ya estuvimos listos.
Los pares fueron Guiyo (el cual estaba remando y se encontraba mas feliz que nunca), con Daniel, Jime y Simba. Adrian, Florencia y Laura, Ana con Stella y Braulio, Ernesto con su anaico y yo arriba de mi querido Franki. Bajo una leve lluvia, comenzamos a descender por el rio Paraná, soplaba viento del sur haciendo que la temperatura este un poco fresca.
Reme junto a Ernesto, contándole de las aventuras vividas en una travesía que había realizado meses atrás. Junto a nosotros venían nuestros colegas con sus botes, tomando mates y sacando fotografías. Sin darnos cuenta y navegando con la suave corriente del Paraná, ingresamos al rio Capitán. Por la derecha observamos la enorme barcaza encallada, donde aledaña a ella se encuentra un lindo terrenito para acampar.
Ibamos a buen ritmo, el rio se encontraba planchado, solo era interrumpido por las gotas de lluvia y por nuestro andar. Justo cuando paramos a almorzar se largo un aguacero. Lo hicimos sobre un almacén y allí se pico las sobras del asado, se pidieron unas hamburguesas, empanadas, un epa de postre y hasta un te.
Después de casi dos horas de parada continuamos viaje, seguía lloviendo pero con menos intensidad. Pasamos Pehuén, El toro, hasta que abandonamos el Capitán para ingresar al Rama Negra. Unos minutos por este hasta que doblamos en una cerrada curva, para tomar el Gaviotas.
Que hermoso arroyo, creo que unos de los mas bellos del delta. La frondosidad, la quietud, la humedad y el goteo de los arboles, no paraban de asombrar a un par de remeros que pasaban por él por primera vez.



El angosto arroyo nos saco al Espera, continuaba lloviendo pero era un placer remar así. Turno del rio Sarmiento, alguna que otra corrida de lancha, doblamos en el Gambado, nos faltan pocos metros para ser devueltos a la realidad, remo con lentitud, no quiero llegar, la lluvia crece, el agua me pega en la cara con frescura.
Aparece el Lujan, la costanera, los edificios, el grupo se despide, cada uno a su club y bajo un manto de divina lluvia este inolvidable viaje llega su fin.


Lucas Sosa

VERANITO DE OTOÑO EN EL PARANA






Que la Navarra, que el Mini, que esto que lo otro y finalmente después de una semana de tantas vueltas terminamos acampando en la Navarra, un tranquilo recreo situado a orillas del canal de la Serna y arroyo el Durazno. La convocatoria resulto muy buena ya que el grupo lo conformamos trece puros kayakistas (tengo mis dudas sobre uno de ellos), un remero de bote, dos sacrificadísimas remeras y hasta un amigo canino.
Entre los kayeros se encontraban Carlitos (Hipi), Capurro, Jorge, Raulito, Leandro, Eloy (Bencina), Pablo Rosario, Pablo Banchero, Guadalupe, Mariano y su esposa. Del lado de los remeros de bote, Adrian, Anita, Guiyo (que haces timoneando un boteee!!) Jime y su perro Simba.
Cada grupo salió en diferentes horarios y tomaron por distintos caminos. Al fin llego el sábado, ya no veíamos la hora de rajar y de escaparnos de la cuidad para buscar un poco de verde. Estibamos los kayaks y a las diez y media junto a Leandro, Eloy y Guada, comenzamos a remar. La mañana otoñal nos recibió con una agradable temperatura, algunas nubes cubrían el cielo y el sol asomaba de a ratos. Cruzamos el Lujan e ingresamos al Gambado, donde navegaban algunos botes de madera.
Salimos al rio Sarmiento, el cual bajaba notablemente debido al viento norte que estaba soplando. Hicimos una paradita en el recreo Parque Lyfe (no por cansancio che) si no para buscar mi carpa y mi bolsa de dormir que allí habían quedado desde el verano.
El naranja y marrón coloreaban todo y el piso era un confortable y cálido colchón de hojas. Todo esto parecía una hermosa postal otoñal. Continuamos viaje por el Sarmiento hasta que llegamos a la zona del Tres Bocas y tuvimos un imprevisto. La ola que genero una lancha colectiva, me levanto y me tiro contra el kayak de Guada que estaba al lado mío. Ella se quiso agarrar de la proa para no golpearse pero inevitablemente perdió el equilibrio y volcó. Pero no paso nada, con Eloy la ayudamos, acercamos el kayak al muelle, lo vaciamos y Guada subió al toque. La próxima te pasamos el shampoo!!Perdoooon Guada!!
Después de bucear un rato jeje, remontamos un par de kms el río Capitán hasta que ingresamos al arroyo Toro. Aquí comenzamos realmente a disfrutar de la remada. Solo el paso de algunas lanchas irrumpían las quietas aguas. Sobre la orilla izquierda los vestigios de una destruida casa dejaban ver el paso del tiempo y los años de abandono. Los aromas se tornaron exquisitos y los sonidos mas perceptibles. Continuamos remando e ingresamos al sinuoso pero bellísimo arroyo Antequera. Cada curva nos mostraba algo diferente, colores, arboledas mecidas por el viento, hojas que lentamente caían al agua y bonitas casas de fin de semana.
Charlábamos de lo fabuloso que seria poder tener un pequeño rancho, uno sencillo con salamandra para el invierno y un buen deck para desayunar en el verano. Luego de una paradita técnica en Pericos y después de tres horas de remo el Antequera nos abrió paso a una de las vistas más espectaculares: el ancho e imponente Paraná de las Palmas.



Lo observe y sentí con ganas, me transmitió paz y a los demás también. Bajamos a almorzar sobre una playita que ya nombramos de nuestra propiedad. Que buen lugar, arena, un quincho que le falta medio techo pero que da sombra y por supuesto el río a nuestros pies. Eran como las dos de la tarde y el sol apareció para darnos ese calorcito que invita a dormir una buena siesta.
Eloy se cocino unos fideos con su calentador de alcohol al estilo Shackleton , Lea y yo sándwiches y Guada nos cebo unos mates riquísimos. No nos daban ganas de movernos, estábamos muy relajados este sitio es un placer. Después de descansar cruzamos el Paraná, estaba manso y no tuvimos inconveniente alguno. Tomamos el arroyo Paycarabi donde la tibia brisa de otoño nos acaricio el rostro de manera confortable. Paleamos varios metros por aquí hasta que viramos a la izquierda para ingresar al arroyo Durazno. Este trayecto estuvo acompañado por el inconfundible canto de las pavas de monte que dos o tres veces cruzaron de una orilla a la otra. Pero lo que mas capto nuestra atención fue un hermoso Martín Pescador que estaba posado sobre una rama con su largo pico y su colorido plumaje. Apenas nos vio, el muy cauteloso se echo a volar.
Sin darnos cuenta llegamos a la Navarra donde ya habían llegado algunos amigos kayakeros. Armamos las carpas, nos instalamos cómodamente y enseguida vinieron los merecidos mates con bizcochitos, que buenos que estaban. Ya de noche cruzamos el canal de la Serna para hacer unas compras de provisiones, todo estaba iluminado por la blanquecina luz de la luna. Todo parecía color plateado y era mágico.
Con Guada armamos las cañas y nos pusimos a pescar, el río estaba increíble, justo cuando hacemos el primer tiro cayeron dos botes de madera y en uno de ellos venia Guiyo haciendo de timonel, como lo gastamos. Varios del grupo se fueron a cenar las milanesas del señor Miyagui mientras que el resto encendimos un fueguito y tiramos algo de carne a la parrilla. Luego de cenar vinieron las anécdotas de travesías, había uno que no paraba de hablar (no se quien será), charlas sobre calentadores jajajaja y de los mas diversos temas. Por supuesto que todo esto acompañado de mate, vino tinto y chocolates. Algunos se fueron a roncar temprano, los últimos como a las dos de la madrugada.
Amanece en la Navarra, el cielo esta nublado pero hace poco frío. Salgo de la carpa y el aire fresco y puro me da fuerzas para arrancar el día. Salude a uno x uno, algunos hacia rato que andaban despiertos. Todos nos fuimos a tomar mate al lado del río, la mañana estaba bárbara y cuando salió el sol mucho mejor. Seguí intentando pescar pero no agarre nada, Guada me gano por un bagrecito. Con tranquilidad fuimos levantando campamento y a las once y media emprendimos el regreso.
El sol pegaba tan bien que pudimos remar sin remera. En caravana fuimos bajando por el Paraná, la deriva nos llevo lentamente. Sacamos fotos, comimos algunas naranjas y lo seguíamos gastando a Guiyo. No perdimos ni un instante de disfrutar el veraniego día que nos estaba tocando. Continuamos bajando hasta que nos mandamos por el río Capitán. En menos de una hora arribamos a Pehuén donde bajamos a almorzar. Ahí estuvimos un buen rato, nos deleitamos con unas sabrosas pizzas y de postre dulce de batata con queso, hacia mil años que no probaba tan buen dulce (que ídola a la que se le ocurrió comprar ese postre). Después de la panzada continuamos viaje hacia Tigre. Remamos un par de kms mas por el Capitán, tomamos el Rama Negra, el Gaviotas que con su belleza no deja de deslumbrarnos y donde Pablo quedo incrustado en un cañaveral.
Seguimos por el Espera y entramos al Sarmiento donde después de correr un catamarán me di un lindo chapuzón, menos mal que no hacia frío.
El ultimo tramo lo hicimos por el arroyo Gambado hasta que en el río Lujan nos despedimos. Ya caía la tarde, la rampa del Hispano estaba invadida de botes y kayaks y mientras las primeras luces de la costanera se encendían el veranito de otoño iba llegando a su fin.


Lucas Sosa