viernes, 3 de abril de 2009

UN VIAJE BIEN PESTERO

Que lindos recuerdos nos quedaran de esta inolvidable travesía. Veintitrés pesteros, algunos de ellos debutantes, tuvimos el gustazo de compartir tres días de remo, esfuerzo, risas, buena onda, camaradería y amistad. En un sitio único como lo es el Delta del Paraná y rodeados de un entorno maravilloso, recorrimos poco mas de 70 kms, disfrutando de la naturaleza y de sus caprichos. No falto nada, sol a pleno, lluvia, viento y hasta una brillante y blanquecina nueva luna que con su magia puso el broche de oro a este fantástico viaje. Dejo aquí plasmado, en este relato, los excelentes momentos vividos con la grata y afectuosa compañía de todos ustedes.

El sábado amanece esplendido, el fresco aire matinal invita a respirar profundo para comenzar a disfrutar del día. El sol, bien en alto, anuncia una jornada de calor y empieza el movimiento. Gente trotando por la costanera, isleños amarrando sus canoas y las primeras colectivas que parten hacia las entrañas del delta. En la rampa, descansan vacios y esperando a sus tripulantes, kayaks triples, dobles y simples. Su variada gama de colores forman una especie de arcoíris. Hay una travesía de tres días, destino Escobar.
Van cayendo los integrantes con sus mochilas cargadas al hombro y sus rostros, llenos de alegría, delatan el entusiasmo de aventura. Nos vamos acomodando, se entregan chalecos, cubres, ya casi estamos listos. Una hora antes del mediodía una flota compuesta por trece kayaks empieza a navegar las aguas del Lujan. Remamos rio arriba, luchando con la corriente en contra y peleando contra las olas que rebotan por todos lados. El imponente edificio de estilo renacentista, el cual fuera antiguamente el Tigre Club y en la actualidad el museo de Bellas Artes, capta la atención y las miradas de más de uno de nosotros. Pasamos la entrada del rio Carapachay y la zona de astilleros, donde se observan las embarcaciones que están siendo reparadas.
El calor se siente, el sol del mediodía es agobiante, nos vamos mojando para refrescarnos. Cada tanto nos reagrupamos, charlamos y comemos barritas de cereales para engañar el estomago. Continuamos remando, dejamos atrás el complejo Marinas Golf, la entrada del rio Caraguata, el camping del Automóvil Club Argentino, donde se observa gran cantidad de gente disfrutando del día. Algunos ya comienzan a preguntar cuanto falta y se escucha media horita, media horita.
Al cabo de un rato ingresamos al Canal Villanueva, situado este en Villa La Ñata una linda zona de casas de fin de semana. Estamos exhaustos y la parada es de descanso, almuerzo y siesta. Cada palista saca su vianda personal donde no faltan los sándwiches de fiambre, empanadas y frutas. Algunos se echan a dormir debajo de la sombra de los naranjos, que con sus azares inundan el aire de delicioso aroma.

El cielo esta encapotado, parece que va a llover. Luego del pequeño recreo nos aprontamos para partir. Estamos bajando los kayaks por la rampa y veo que viene una gran tormenta, decidimos salir igual. Una vez en el agua no hay marcha atrás, el viento comienza a soplar, se levanta tierra. Montón de lanchas y cruceros están pegando la vuelta para huir de la borrasca, mientras nosotros en las pequeñas embarcaciones remamos con valentía.
El viento y la tormenta son puro espamento nomas. Solo una suave y refrescante lluvia nos acompaña en la remada. El Lujan esta manso mas que nunca, cambia su fisonomía increíblemente, se torna agreste. Los trece kayaks navegan a buen ritmo y con su paso junto a las gotas de lluvia, irrumpen la quietud del agua. Desde una orilla una garza mora alza vuelo al escucharnos pasar. Nuevamente sale el sol y nos da la esperanza de que la tarde va a mejorar, pero no es así, por que otra vez se vuelve a nublar.
Viramos a la derecha y enganchamos el arroyo Correntino. Sobre sus márgenes vemos pescadores que intentan suerte con la pesca. Uno de ellos atrapa un pez pero el muy escurridizo se logra escapar.
Esta tronando, el cielo parece quejarse. Cae lluvia nuevamente, solo se escucha el sonido de los remos y de las aves, esta atardeciendo en la isla. Estamos cansados y queremos llegar, de repente una curva nos muestra el Paraná. Se nos renuevan las energías, llueve con más fuerza, pero no nos importa por que estamos en el Paraná.
Remontamos el rio esquivando las líneas de pesca que salen desde los muelles y con la última claridad del día arribamos al Club de Remo y Náutica Belén de Escobar.
Están todos contentísimos, sobre todos los que están debutando en travesía, entre ellos se encuentran, Carla, Vicky, Renzo, Martin y Ezequiel, periodista de Clarín que nos acompaña para cubrir el viaje en una nota.
Allí nos esperan Hernán y Naty, los cuales vinieron por tierra trayendo las carpas, aislantes, bolsas de dormir y demás bártulos. Otra alegría nos da Gaby cuando llega desde Buenos Aires para pasar la noche con nosotros. Tanto esfuerzo realizado valió la pena, una vez que todos estamos bañados y acomodados, comienzan a cortarse los salamines, los panes, los quesos y se destapan los tintos. Acompañando este lindo ritual, se enciende el fuego para el esperado asado. Rubén y Daniel son los parrilleros, que carne, que asado que estamos comiendo, un lujo total. Adentro del quincho es una fiesta y el clima de camaradería y amistad nos hace olvidar que afuera llueve a cantaros. La estamos pasando bárbaro pero el cansancio de un largo día se hace presente. Poco a poco los remeros se ven despidiendo, y me incluyo yo. Son las doce de la noche, saludo y digo hasta mañana, salgo del quincho y camino bajo el agua que cae de manera interminable. Ingreso en mi carpa y me acomodo dentro de la bolsa, creo que lo último que escucho es la lluvia, me relajo y empiezo a soñar.


Llueve y no para de llover, recién me estoy despertando y oigo como el agua y el viento pegan en mi carpa. Parece que el día no nos va a acompañar. Salgo afuera y salteando montones de charcos me dirijo hacia el quincho, donde algunos pesteros ya se encuentran mateando. Saludo con un buen día y mis saludos son retribuidos con alegría. Va cayendo el resto, con unas terribles caras de dormidos. Me preparo mi infaltable capuccino y después comparto la ronda de mates. Continua cayendo agua, el cielo triste no para de llorar.
Bajo la lluvia comenzamos a levantar campamento y como hormigas vamos y venimos con la carga encima. En el galpón del club están dictando clases de kayak, se ve un grupito grande que presta atención al instructor. Mientras estibamos los botes, el tiempo parece mejorar, la lluvia cesa y todos nos ponemos locos de felicidad.
Subimos a los kayaks y empezamos a navegar por el Paraná, el cual se encuentra recibiendo los vientos del Sudeste. Enseguida pasamos por al lado de enormes buques, pesqueros de altura, algunos teñidos por la herrumbre, en proceso de desguace y otros inclinados como gigantes caídos. Parece ser este su lugar de descanso final.
Observamos el cielo y no lo podemos creer, se esta despejando y salió el sol. La correntada nos lleva lentamente y remamos a buen ritmo.
Botes de club empiezan a pasar, son los participantes de la regata Zarate- Tigre que reman sin parar enfrentando el viento igual que nosotros. Luego de una horita de marcha ingresamos al Canal de la Serna, allí en el recreo la Navarra nos espera Romina. Se suma una nueva tripulante al grupo. El día se puso tan pero tan bonito que decidimos bajar a almorzar y lo hacemos en el almacén de ramos generales Brocchia.
Desembarcamos en la playa y el sol esta pegando fuerte. Hacemos una compra general donde no falta el fiambre, el pan, unas cervezas frescas y hasta helado. Algunos se echan a dormir, por ahí lo veo a Juan que esta tomando fotografías y yo me pongo a hacer clínica de rol.
Son casi las cuatro de la tarde y partimos otra vez, cruzamos el Canal de la Serna para adentrarnos en el arroyo Durazno. El movimiento de los remos y los colores de los chalecos son inconfundibles. Los debutantes están asombrados por la belleza del lugar, la tranquilidad, los aromas, las casitas, no paran de maravillarse. Pasamos por el terreno abandonado donde una vez junto a Eloy, Guiyo y Pablo armamos campamento, me trae lindos recuerdos.
Nos divertimos y nos reímos contando chistes desde arriba de los botes y por momentos olvidamos que estamos remando. Cruzamos otro arroyo, es el Paicaraby y otra vez estamos en el Durazno. Pero aquí es todo diferente, estamos rodeados de vida, de frondosidad, de paz. Un pequeñito Martin Pescador pasa volando a toda velocidad, en el agua los camalotes flotan por todos lados y los sauces con sus verdes ramas tocan el agua como si quisieran beber.
Llegamos al Capitancito y su larga recta nos lleva hacia el Paraná. El sol se esta poniendo, es el mejor momento del día. El viento arrecia sobre nosotros y forma algunos corderitos. Con ímpetu nos largamos a cruzar, remamos con todas las fuerzas, estamos en medio del rio. Las olas rompen sobre cubierta haciendo que Vicky con cada golpe se empape entera. El sol es como una bola de fuego y Ezequiel no quita la mirada ni un instante. Es un crepúsculo perfecto y causa una sensación extraña, felicidad, anhelo, regocijo, los pensamientos se pierden y solo se disfruta del momento.
El oleaje queda atrás, por la izquierda dejamos la isla Nueva e ingresamos al Canal Onda. Ahora remamos bajo la magia de la luna llena que como un broche plateado que brilla en el cielo nos ilumina el camino. Tocamos tierra y desembarcamos en el Fondeadero. Aquí nos esta esperando el chino y Luis, dos amigos pesteros
Se reparten las habitaciones, uno allá, el otro acá y ustedes para allá. Luego de una renovadora ducha nos dirigimos hacia el viejo comedor. La mesa es larga y no tardan en llegar los suculentos platos de ñoquis y tallarines con estofado. Los vinos en la mesa dicen presente y los postres y el café no pueden faltar.
Son las doce de la noche y estoy cumpliendo un año más. Aparece Alfredo y compañía con tortas en las manos. No me queda otra opción que soplar la velita. De paso también festejamos el cumple de Moni, libriana que había cumplido un par de días antes que yo.
Luego de los festejos nos dirigimos hacia el muelle, charlamos un rato y mientras la luna brilla en el firmamento nos retiramos a descansar.
Es el último día de esta fabulosa aventura. El cielo esta nublado y el sudeste continúa soplando. De desayuno café con leche y tostadas con manteca y dulce de leche. Tranquilamente nos vamos preparando para regresar y con pereza vamos guardando todo dentro de los kayaks. Llego la hora de partir, cruzamos el canal Onda y nos adentramos en el sinuoso arroyo Arroyon, donde el monte nos protege del viento que parece no tiene ganas de parar. Avanzamos a buen ritmo y en menos de una hora entramos al arroyo Dorado. Esquivando las embarcaciones que se encuentran fondeadas salimos del Dorado e ingresamos al rio San Antonio.
Aquí el viento nos da de popa y vamos barrenando olas. El rio esta sumamente tranquilo, pues casi no hay transito fluvial. Avanzamos por el Sarmiento a paso cansino y en el cuerpo ya sentimos el cansancio de tres días de travesía. Nos falta muy poco para llegar y surcamos los últimos arroyos hasta que entramos en la recta final. Es el gambado, ese canal que ya todos conocemos, que a veces cuando estamos cansados parece interminable. Llegamos a la rampa, nos despedimos y los kayaks quedan vacios otra vez.

Lucas Sosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario