viernes, 3 de abril de 2009

El arroyo Correa

El otro día reme por el arroyo Correa y lo hice en solitario. El Correa es uno de los arroyos más bonitos de los miles que existen en el Delta del Paraná. Nace en el arroyo Pajarito y serpentea algunos kilómetros hasta que desemboca en el rio San Antonio.
La segunda vez que reme en mi vida fue la primera vez que pase por el y quede realmente fascinado. Después lo navegue muchas veces, pero el otro día estaba particularmente especial. Sera por que hacia un tiempo que no pasaba por el? o por que es primavera y todo esta lleno de vida?
Lo cierto es que voy remando, observando detalladamente mí alrededor. Por mi izquierda una vieja embarcación se halla amarrada a un muelle. Parece que en algún tiempo, no muy lejano fue una lancha de pasajeros. Adentro todavía quedan los asientos, que se dejan ver a través de las lonas que están todas manchadas y maltrechas por el paso de los años. En su parte superior hay un nombre que la identifica, dice Chana.
Varias casas se levantan sobre las orillas y sus habitantes están presentes, son isleños. Entre ellos veo a una mujer embarazada que esta asomada en el deck observándome pasar. Avanzo y la proa del kayak corta las quietas aguas. Los camalotes forman balsas de color verde que se desplazan con suavidad. Miles de flores pintan de blanco el monte del albardón, parece nevado y su dulce perfume me acompaña durante todo el recorrido. El arroyo se va angostando cada vez más. Cuando llego a la primera curva detengo mi marcha para doblar. De orilla a orilla apenas hay dos metros de ancho. Estoy rodeado de una exuberante y rica vegetación.
Otra curva detiene mi andar y aprovecho la ocasión para disfrutar del encanto del lugar. El nivel de agua esta justo, pues este arroyo con poco caudal es difícil de atravesar. Me encuentro con otra casa isleña, muy humilde puedo decir. Esta construida de madera y veo que le falta las ventanas, enseguida pienso en el invierno. Sobre su rustico muelle dos chiquitos, semidesnudos, me saludan al pasar y retribuyo su saludo con humildad.
Los arboles van formando una galería y los rayos de sol penetran con debilidad. La sombra es fresca y la humedad abundante. Los lirios con sus flores amarillas asoman por detrás de la enmarañada selva. Los zorzales, asustadizos vuelan de rama en rama.
Cuatro perros custodian su terreno y enseguida se largan a ladrar. Son marrones y negros. Uno de ellos comienza una alocada carrera persiguiendo mi andar, corre por el fango, se patina, salta, ladra hasta que se cansa y lo pierdo de vista.
Oigo chasquidos, son dos bellos Martin Pescador que vuelan como flechas delante de mí. Van al ras del agua a toda velocidad. Soy un afortunado, por que dos juntos no se ven todos los días.
Una hilera de álamos, que mecidos por el viento parecen cantar, me anuncian que estoy cerca del final. Definitivamente es así por que ya veo los juncos y el rio San Antonio. Entonces el paraíso queda atrás, la magia se acaba, el perfume se apaga y el Correa simplemente, me dice adiós.

Lucas Sosa

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